En 1987 se inaugura por el entonces alcalde de Valencia Ricard Pérez Casado el Palau de la Música, diseñado para conciertos de música, congresos y exposiciones, su sala  principal Iturbi dispone de una acústica impresionante.

Palau en la que la Orquesta de Valencia y la Banda Municipal de Valencia tienen digamos su espacio más importante. 

Quién lo dirigió en los primeros años, ni me acuerdo, porque ni dejó huella, hasta que de la mano de la entonces alcaldesa Rita Barberá llega Mayren Beneyto.

Es la etapa de más esplendor ya que ella mujer muy culta y además amiga mía, se rodea de asesores expertos que logran traer a Valencia, óperas, conciertos, exposiciones engrandeciendo la ciudad y haciendo del Palau un referente mundial. Bajo su dirección el pueblo valenciano pudo disfrutar de grandes obras, a la vez que era cedido en muchas ocasiones para actividades benéficas.

Como secretaria de dirección de Unicef Valencia tuve que asistir a muchos conciertos benéficos, todos ellos se celebraron gracias al sentimiento solidario de Mayren.

Pero esa etapa se acabó, con la entrada del Botánic al ayuntamiento de Valencia el Palau de la Música entró en un declive absoluto. Utilizado por la izquierda más rancia y cateta, perdió toda su magia y la sociedad valenciana le dio la espalda.

A la vez que su techo se caía a pedazos y el propio edificio languidecía sin que a nadie le importara lo más mínimo.

El Palau que nos acogió y nos hizo disfrutar de conciertos maravillosos, se degrada, no hay presupuesto y eso que lo mandó construir un socialista, pero la ideología de izquierdas nunca ha sobresalido por ser un referente cultural o si pero para los suyos sin pensar en la gran mayoría de los ciudadanos.

Son expertos en coger algo que funciona y hundirlo en la miseria, ya sea un Palacio para la Música, un hospital o cualquier asociación para el uso y disfrute de los valencianos.

Por supuesto se alzan voces, pocas que exigen se meta mano a un problema enquistado, dentro de nada será una atracción turística como edificio fantasmal si no lo remediamos aquellas personas que disfrutamos allí muchas tardes.

Tras un pacto de perdedores Joan Ribó se convierte en alcalde y empieza para la ciudad una etapa, negra, sórdida, edificios que se caen, jardines que parecen selvas y nos volvemos de tercera categoría.

La Cultura se escribe con K y todos sabemos lo que significa eso, mediocridad en estado puro. Las tardes llenas de glamour, se diluyen como azucarillos y llega, el vaquero roto y la poca ducha, el edificio lo nota y tristemente se va a apagando, entre gritos y tropelías varias.

Si sólo fuera el Palau podríamos darnos con un canto en los dientes, pero la degradación de edificios públicos sigue imparable, cuando no, son sustituidos por una arquitectura futurista que no gusta a nadie pero se nos lleva una pasta gansa.

Una ciudad es lo que su alcalde sea, y la nuestra es desde hace años tercermundista, solo se arregla lo que les gusta y lo que no se queda en el baúl de los recuerdos.

Así las cosas y con una apatía general del valenciano, nuestra ciudad se vuelve gris, sin gracia, la clase media va desapareciendo y cada día somos más pobres, más incultos.

Debemos recuperar el esplendor de antaño, ser ciudadanos del mundo y no catetos mirándose el ombligo. Pedimos ser la ciudad del diseño pero ¿qué diseño? Esa es la pregunta y mientras la contestamos, lo nuestro lo que nos identifica se cae a pedazos sin que nadie diga ni mu.

Quiero volver al Palau de la Música y sentir esos acordes mágicos sin miedo que al salir me caiga una piedra en la cabeza, si se lo digo a usted Ribó a ver si por una sola vez se siente valenciano y no la fastidia, lo sé soy una ingenua y una soñadora pero amo esta ciudad y no la dejaré caer, no mientras haya una esperanza de cambio y vibre en nosotros el sentimiento de ser lo que somos, valencianos.