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Valencia cerrada por derribo.

Hubo un tiempo en que las ciudades estaban amuralladas porque el enemigo no era ficticio, sino muy real y atacaba sin piedad dejando a su paso un reguero de muerte y devastación.

Poco a poco con el avance de la sociedad esas murallas fueron cayendo, dejando paso a ciudades abiertas y cosmopolitas con capacidad para acoger a propios y extranjeros, atraídos por su mayor desarrollo.

Valencia es una de esas ciudades, completamente amurallada en otros tiempos, que aún conserva restos de las dos murallas, tanto la árabe como la cristiana.

Desgraciadamente, para que una urbe crezca, debes comerte parte de su historia, algo que las futuras generaciones probablemente lamentarán ya sin remedio.

Si querías acceder por cualquier motivo, generalmente comercial o de índole administrativa, debías cruzar uno de sus puentes y entrar por una de sus puertas.

Hoy conservamos algunos de ellos como el puente del Real, el de Serranos, o el de San José entre otros.

Esos vestigios de lo que fuimos, tendrían que ser cuidados con cariño, recordando a los miles de valencianos y visitantes que los cruzaron durante siglos y que hicieron de Valencia una ciudad importante e imprescindible para el comercio de la época, entre otras cosas.

No somos conscientes de lo que significa saber de dónde venimos y quienes nos precedieron y en esa tesitura se encuentra el Ayuntamiento de Valencia, de espaldas a toda nuestra historia, parece que no ve importante conservar nada, al contrario, la destrucción es su bandera de guerra.

Y duele ver como aquello que otros sí conservaron se muere y languidece, sin que quien debe cuidarlo mueva un dedo, aunque pensándolo bien, es mejor que no lo haga si va a ser para destruir cualquier rastro de grandeza.

Pasear por el cauce del río Turia causa pena y rabia a partes iguales, la mendicidad se ha apoderado del cobijo que proporciona un techo, una casa bajo un puente, una vida “A la luna de Valencia”, suciedad, olor, abandono, como si los valencianos diéramos la espalda a lo nuestro, a lo que nos identifica como pueblo y nos hace crecer como sociedad avanzada en una amalgama de historia y progreso.

Y la ciudad lentamente desaparece, pierde esplendor, se hace gris, anodina y un manto de dejadez amenaza con cubrirnos a todos como en el cuento de La Bella Durmiente.

O despertamos de una vez de esta pesadilla y nos ponemos manos a la obra, o bien cantemos indolentes como la cigarra mientras la hormiga, mucho más inteligente, se apropia de todo lo nuestro.

En nuestras manos está.

 

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